Ser abierto en Alemania

La apertura no tiene buena fama en mi lengua materna. En alemán, una persona abierta se considera ingenua, una sociedad abierta es sinónimo de una pesadilla política y una red abierta se asocia a un sistema inseguro (que, además, es gratuito).
Cuando alguien comienza a decirte abiertamente las verdades, puedes estar seguro de que te contará muchas cosas, menos la verdad, y si lo hace inesperadamente, será interpretado como una falta de educación.
La apertura al público de datos o incluso de salarios debe ordenarse judicialmente, una casa abierta es una reliquia afortunadamente superada de la época hippy, a nadie le gustan las cuentas abiertas y una relación abierta es algo inviable.
Sin embargo, la apertura no deja de ser algo bello y transparente: sólo cuando hay algo abierto se puede comer, nadar o entrar. En español existe la expresión “de mente abierta”, al igual que en inglés, donde se habla de “open-minded persons”. Sin embargo, en alemán no existe esta expresión.
Desde siempre, la lengua y el idioma alemanes han sido reveladores y traidores. Aquí, en Alemania, las personas sólo son abiertas durante el sagrado horario de apertura o en la jornada de puertas abiertas, pero incluso en estos casos se encierra minuciosamente todo aquello que no está destinado a la opinión pública. Por supuesto, todo está limpio.
Esto es verdaderamente lamentable, pues como en todas partes hay un gran grupo de personas que por naturaleza son abiertas y honradas en el mejor sentido de la palabra: los niños.
Los niños hablan abiertamente sobre la muerte, el sexo y otros tabúes, incluso en alemán. Esto es necesario, maravilloso y a menudo gracioso. Mi hijo Tom, por ejemplo, recientemente vio a un monje con coronilla y me dijo: “Mira, papá, a ese hombre le crece la cabeza a través de su pelo.”
Sin embargo, en torno a los seis años, los niños pierden esta mente abierta. También porque a partir de entonces deben pagar entrada en todas partes.
“Presta atención”, le dijo la tía G. a Tom recientemente haciendo cola en la taquilla del parque zoológico. “Cuando el señor de la taquilla te pregunte por tu edad, dile que tienes cinco años, ¿de acuerdo?”
La tía G. pagó la entrada, el señor de la taquilla no le preguntó a Tom por su edad y éste no tuvo que contestar. Ha habido suerte, pensé, estoy seguro de que Tom hubiese dicho que tiene seis años. Porque está orgulloso de tener seis años. Además, los niños no saben mentir. Lo aprenden.
En cualquier caso, la tía G. se alegró del éxito de su argucia e invitó a Tom a un helado. Así funciona. Y el bello refrán “Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad” se tambaleó pero no cayó.
Pues en un banco cercano a la verja de los leones, la tía G. cometió el fatal error de pedir a Tom que se sentara en su regazo, de apretarlo contra su imponente pecho y, con saliva en las comisuras, de hacerle la pregunta fatal: “¿Quieres a tu tía?”
Tom contestó abierta y sinceramente: “No.” La tía G. le dio una segunda oportunidad y se hizo la sorda: “¿Cómo dices?” Tom habló más fuerte. “¡NO!”
“Pero Tom”, dijo la tía G. con una sonrisa forzada, “eso no se dice.” Pero en realidad pensó: “¡Niño malcriado, no heredarás ni un céntimo de mi fortuna!”
Yo también dije con una severidad simulada: “¡Tom, eso realmente no se dice!” Y pensé: “¡Sí! ¡Ése es mi hijo! ¡La herencia me importa un bledo!”
Sin embargo, delante de las jaulas de los monos apelé a su conciencia porque también tengo mis máximas educativas: “Tom, no debes ser tan maleducado.”
“Pero si es cierto.”
“Sí”, le contesté buscando una evasiva, “pero, Tom, eso no se dice … tan abierta y directamente.”
A la salida del parque zoológico, Tom se fue directamente a la taquilla y le escuché decir: “Sólo quería decirle que … abierta y directamente tengo cinco años.”
El señor de la taquilla sonrió y elogió a mi hijo, sin embargo la tía G. hizo sus maletas ese mismo día. Y yo, tan orgulloso.
Sé que en algún momento Tom cambiará su mente abierta en favor de la decencia, el tacto o debido a su trabajo. Es ley de vida, pero espero que aún tarde un poco. Y espero que en su camino se encuentre con muchas personas que sepan interpretar bien la apertura y que no tengan una idea preconcebida negativa. Pues éste es el quid de la cuestión: para que la apertura sea posible siempre hacen falta dos o incluso más personas.
Y así, apreciados lectores, exclamo (aunque suene patético) abiertamente con las palabras del tocayo de Tom, el cantante Tom Petty: ¡Venga! ¡Vayamos a por todas y abrámonos al mundo!

© 2008 jess jochimsen

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